¿Miedo al lobo? ¿A los monstruos de debajo de la cama? ¿A la muerte? Son muchos los miedos que aparecen en nuestros niños y niñas, de camino a su madurez. Tenemos que normalizarlos, y entenderlos como parte importante para nuestra supervivencia.
Tal y como mencionan los y las especialistas, a partir de los 7 meses, los y las pequeñas son capaces de sentir miedo. A parte de la genética, el contexto de la familia y el entorno condicionarán su forma de ser y sentir. Es decir, lo que decimos, hacemos y sentimos influirá en nuestros/as txikis.
A menudo, las familias vivimos esta emoción con preocupación y agobio. Seguramente porque no hemos aprendido a cómo gestionarla, y eso nos dificulta a la hora de ayudarles.
El miedo puede tomar diferentes caras, y se puede situar en momentos distintos del desarrollo del niño o la niña; para servir de ayuda, es recomendable que la intervención adulta se haga desde una distancia adecuada, para no mezclarlos con los miedos adultos. Si no, podemos caer en el riesgo de aumentar el miedo. Tenemos que tener claro cuál es nuestro miedo y el del o la txiki.
A veces los discursos racionales de las personas adultas no servirán; razonarlo no ayudará sea el miedo real o irreal, no asumirá nuestro relato. Entonces, ¿qué nos puede ayudar? Ponerle palabras y nombre a esa emoción. Es decir, contar eso que vivimos, de la manera más específica posible: ¿cómo es tu lobo?, ¿cómo tiene la boca?, ¿dónde vive?... En esos momentos solo piden seguridad, y a veces estar al lado (escuchar, estar cerca, entender…) es suficiente, tratándoles con respeto, sin juzgar ni menospreciar.
Se tienen que trabajar unas estrategias conjuntamente, para saber qué podemos hacer cuando llegue ese miedo: pintaremos el lobo para ver su cara, su fuerza y su odio, crearemos muñecos que ahuyentan el miedo para contarlo y aligerarlo, usaremos los sentidos (el olfato, masajes…) para cambiar de emoción o la regularemos mediante el humor. No para que desaparezca, sino para hacerlo más consciente, más real.
Al fin y al cabo, todas las emociones nos sirven para conocernos a uno/a mismo/a y para mejorar la calidad de vida, siempre y cuando sepamos escucharlas.
Cuando somos padres y madres, y los y las txikis se encuentran con esta emoción, nos crea inquietud y es habitual no querer sentirla o quitarle valor. Las emociones no son buenas ni malas, simplemente son parte del ser humano, cumplen una función importante y nos avisan de que algo está ocurriendo. Tenemos emociones, por lo tanto, ¡estamos vivos/as!